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Jugó en los escalafones inferiores del Sevilla FC hasta que en la temporada 78-79 pasó al equipo juvenil y de ahí, enseguida –tras un año de cesión--, al primer equipo, con el que debutó en 1980 con dieciocho años. Permaneció en el primer equipo del Sevilla un total de 9 temporadas, hasta 1990.
Jugaba de centrocampista. Disputó en Liga con el Sevilla FC un total de 257 partidos. En la Copa 29 y en la Copa de la UEFA, 8. En total: 294 partidos de competición oficial con el equipo blanco.

Su enorme calidad técnica y su excelente visión del juego le otorgaron desde muy pronto los favores de la afición nervionense. Disponía, además, de una más que respetable capacidad para hacer goles, tanto con disparos colocados como con la cabeza.

Con la llegada al banquillo de Manolo Cardo el canterano se hizo con uno de los puestos fijos en el medio del campo sevillista y desde esa posición dirigió y organizó con una maestría indiscutible el juego del equipo. El técnico de Coria del Río, a quien algunos achacaron poca brillantez, supo sin embargo confiar y otorgar la batuta del equipo a un jugador joven y técnico como Francisco.




La apuesta del coriano salió a las mil maravillas y el equipo retornó a la Copa de la UEFA tras más de diez años de sequía continental. A pesar de demostrar una extraordinaria valía, la llegada al club de Vicente Cantatore en la temporada 1988-89 relegó injustamente al cerebro sevillista a la suplencia. Francisco, con el que no contaba para la titularidad el técnico chileno, decidió hacer las maletas y marcarse a Barcelona, donde fichó por el Español.

El jugador de Osuna fue internacional 20 veces con la Selección Española Absoluta –además de muchas otras en categorías inferiores-, siendo el debut en un encuentro disputado frente a Islandia en La Rosaleda, cuando salió al campo en sustitución de Rafael Gordillo.

El inolvidable Miguel Muñoz también supo ver en el sevillista unas magníficas cualidades y no dudó un momento en contar con él para citas importantes. De este modo, Francisco consiguió con la elástica nacional el subcampeonato de Europa de selecciones en Francia’84 y estuvo presente asimismo en la fase final del Campeonato del Mundo de México’86.

El fútbol es un juego que debe practicarse con velocidad, pero no sólo física. De hecho, la velocidad física la tienen la mayoría de jugadores junto con la fuerza, la resistencia, la agilidad… Los sistemas de entrenamiento actuales van garantizando, cada vez más, esas cualidades complementadas con los cuidados biológicos necesarios y legales. Sin embargo, la velocidad técnica la poseen menos jugadores y equipos.

Cuando un equipo juega bien, la velocidad técnica aparece enseguida porque lo que corre es el balón y el juego se hace más fluido. Por otra parte, un equipo deberá distinguir los ritmos de juego, tanto de máxima velocidad de acción como de pausas que favorezcan otras visiones del juego. Si distinguimos a los maestros de la pausa pero también del juego veloz aprenderemos la diferencia. Me acuerdo de Francisco lopez alfaro, físicamente un jugador lento pero que ya al recibir el balón había visto tantas alternativas que ganaba a todos mentalmente, incluso a marcadores muy fuertes y veloces en lo atlético.

La distribución inmediata con pases de interior del pie, precisos, a los hombre de banda, lanzados siempre con fuerza de manera que llegan siempre antes a su destino que los contrarios por mucho que éstos corran, empezamos a entender lo que es la velocidad del juego. Me sugiere a Juan Salvador Gaviota: “Para volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier sitio que exista, debes empezar por saber que ya has llegado”.

Conjugando también el espacio y el tiempo por que hay quien puede entender que la pausa es una pérdida de tiempo, desconocen su auténtico sentido. Y lo que permite al poseedor del balón es una investigación táctica antes de pasar, la pausa es el germen de una búsqueda colectiva hasta que el movimiento de desmarque de los compañeros procura el encuentro a tiempo entre las visiones tanto del que desmarca como del que pasa el balón.

Por eso, la velocidad y la pausa son toda una paradoja en el fútbol. Parecen la antítesis, sin embargo el acelerador y el freno forman parte de un todo coherente, una manera de concebir el fútbol bien jugado.

Imaginemos la maravilla que supone un inicio de desmarque saliendo el jugador a la máxima velocidad, describiendo una trayectoria inteligente para superar los marcajes. Pero el que pasa el balón debe estar también muy atento, está reteniendo la pelota del acoso contrario, practica la pausa levantando la cabeza y otea las posiciones de sus compañeros y contrarios. En décimas, una conjunción fundamental. De pronto aparece el desmarque adecuado, en el espacio más conveniente, y el pase sobre la carrera justo allí donde llegará el desmarcado para que no retenga su veloz carrera. Esas coordinaciones sí que son el gran misterio del fútbol donde los jugadores no se mueven por carriles rígidos como los tranvías.

¿Cómo es posible discernir con tal precisión, sin escuadra y cartabón, sin compás, sin cronómetro, sin calculadora, sin bolígrafo ni papel, valorando intuitivamente las dificultades que ofrecen los contrarios y la correcta ejecución del golpeo?

Cualquier entrenador, si tuviera que elegir entre velocidad y precisión, siempre elegiría esta última. De ahí la importancia de la pausa. Incluso se producen a veces tiros a puerta de un determinado delantero que llega sólo ante el portero y quiere resolver a la misma velocidad que llega. Tanto para colocar fuera del alcance del portero como para golpear con fuerza, hay que pararse unas milésimas, levantar la vista y captar situaciones; de nuevo, atacar el balón con ímpetu y buena colocación del pie de apoyo. Esas milésimas de pausa facilitarán un mejor golpeo con un adecuado resultado: el gol.
 

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