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Algún supersticioso temía que el Sevilla saltara al césped de Hampden Park con su camiseta roja de toda la vida. No por estética, porque pocas indumentarias podrán lucir más elegante que la de la final de Glasgow de los nervionenses, sino porque los dos títulos europeos logrados hasta el momento habían sido levantados con el blanco impoluto del sevillismo, con las camisetas clásicas por naturaleza, con la indumentaria del Sánchez Pizjuán. Pero ese rojo intenso, heroico, también salió ganador.
Con esa camiseta roja el Sevilla ha sufrido y derramado sudor y muchas lágrimas. Ha vivido tardes inolvidables de sufrimiento, ha llorado el descenso de su equipo, se ha batido en campos exclusivos de pelea y deambulado por la mediocridad durante años, demasiados, que han expirado por fin. Ese rojo es el de los recuerdos, el de los viajes acompañando al equipo de Nervión, el de los más fieles, el de trenes, el de los kilómetros, el que lucía, por ejemplo, en Mérida, Lérida, Oviedo o Leganés; el que lucía y a veces deslucía en tantos otros campos. Ese rojo es síntoma de fidelidad, era síntoma de sueños rotos y de regresos baldíos, de frustraciones varias y también de alegrías contadas pero ocasionales.
Ahora ya no. Es el color del sevillismo, de la marea roja, del río rojo, del campeón rojo. Ya conoce la gloria. En Europa ya conocen que el Sevilla también es sangre, es pasión. Ese color rojo sevillista inundó Sevilla en otro jueves de celebración en el que hasta la noche fue monocromática, ese color rojo se merecía la gloria, la que conquistó Hampden Park, la que se merecía el sevillismo por tantos años de apoyo incondicional que se coronan con el máximo de los disfrutes, el ser sevillista, que hoy, más que nunca, es un privilegio.
Felicidades, sevillistas, sois supercampeones, sois bicampeones, es vuestra era.

Álvaro Ramírez
 

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